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2 mai 2013 4 02 /05 /mai /2013 20:54

 

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Álvaro Cuadra

1. Las manifestaciones como puesta-en-escena

Las recientes manifestaciones estudiantiles en Chile exhiben una serie de rasgos del mayor interés, tanto político como cultural. Las nuevas generaciones han encontrado nuevos modos de protestar en un país que hasta hace poco parecía adormecido por la seducción de los medios y la publicidad en el seno de una “sociedad de consumidores”. De algún modo, ha nacido en nuestro país una inédita cultura de la protesta que es, al mismo tiempo, una protesta desde la cultura.

Lo primero que se advierte en las últimas manifestaciones es su marcado acento estético. La muchedumbre se sabe protagonista de una puesta-en-escena que espera el horario estelar de los noticieros para una puesta-en-cuadro. Este carácter performativo y visual de las protestas es algo nuevo, pues, más allá de los lienzos y pancartas de marcado tono ideológico, la manifestación es animada por diversas “acciones de arte” que van desde cuerpos desnudos a escenificaciones cuasi circenses de arte callejero. Las protestas son espacios de auto expresión.


Las nuevas armas contestarias incluyen maquetas de los carros policiales, como imagen especular y degradada de la represión, rostros pintados e improvisados cánticos. Más parecido a un “carnaval”, en el sentido de Bajtín, que a la clásica protesta en las calles. Las manifestaciones estudiantiles se han vuelto fotogénicas y telegénicas. Los estudiantes se saben en los medios de comunicación, hay, por decirlo así, una “consciencia mediática” arraigada en ellos. Notemos que la muchedumbre no comparece ya ante un hipotético mañana histórico sino ante las cámaras nacionales y extranjeras. Así, el éxito de la convocatoria no solo se mide por la asistencia al acto sino por el “tiempo al aire” de los diversos episodios que la constituyen en los noticieros televisivos nocturnos de ese mismo día: La acción política y la visualidad son, ahora, inseparables.


La narrativa mediática es la que garantiza la puesta-en-cuadro de las diversas secuencias de una manifestación, es ella la que construye y refiere la poética de la protesta. La construcción mediática recoge todos los rasgos formales y los convierte en referencias locales y globales. No olvidemos que existe, además, toda una construcción visual alternativa en la red que compite con los medios. Los vídeos en “Youtube” son subidos por los mismos estudiantes que se registran a sí mismos, multiplicando su presencia en el espacio y en el tiempo.

La figura emblemática de las manifestaciones estudiantiles en nuestro país ha sido, qué duda cabe, Camila Vallejo. Es interesante destacar que el liderazgo es marcado por una líder femenina. Es cierto, no es la primera, no es la única. De hecho, como se sabe, la misma ex presidente Michelle Bachelet cuenta hasta el presente con una elevada adhesión ciudadana. Sin embargo, la lucidez y el glamour de Camila Vallejo constituyen un factor que ha fortalecido la fuerza del movimiento de estudiantes. En una “sociedad de consumidores”, la protesta estudiantil posee la fuerza de la seducción.

Camila Vallejo

Camila Vallejo

2. El baile de máscaras

La estetización de las manifestaciones estudiantiles no significa, de buenas a primeras, una despolitización de las protestas. Si observamos con atención, las protestas estudiantiles están mostrando la conjunción de dos aspectos que aparecían disociados: Convicción y Seducción. De este modo, un movimiento social y juvenil se apropia del espacio público-mediático conjugando sus demandas con la lógica del espectáculo. Los jóvenes estudiantes resultan ser, paradojalmente, los verdaderos maestros de una “clase política” carente de convicciones e incapaz de seducir a la ciudadanía.

Las manifestaciones han dejado de ser un espacio cultural y político compacto y uniforme. Por el contrario, se trata de actos masivos abigarrados y multicolores en que diversos actores políticos y culturales se expresan. En toda manifestación encontramos un flujo de lo diverso, se trata de un movimiento en distintas direcciones que gira en torno a una demanda central: Educación pública gratuita y de calidad. La lista es larga: Estudiantes secundarios, estudiantes universitarios, padres y apoderados. Profesores secundarios, profesores universitarios. Artistas, intelectuales, representaciones de minorías étnicas y sexuales, grupos de teatro, grupos ecologistas, ciudadanos indignados y muchos otros. La marcha de lo diverso es carnavalesca y transversal. Lejos de constatar una despolitización de las protestas estudiantiles, estamos asistiendo a una nueva modalidad de la expresión política ciudadana.

Lo carnavalesco incluye en sus márgenes, la escenificación de la violencia. La estética Hard Core se nos presente como la irrupción de las fuerzas policiales, sea bajo la forma de amenaza presente, provocación intencionada o, lisa y llanamente, brutal represión. La violencia puesta-en-escena en las urbes ha sido estigmatizada desde la Comuna de París durante el siglo XIX hasta el presente. Términos tales como “terrorismo”, “encapuchados”, “violentistas” o “lumpen” dan buena cuenta de ello. La violencia en las manifestaciones se ejerce desde el anonimato: Hay fuerzas policiales, funcionarios anónimos que se enfrentan con medios técnicos a estudiantes anónimos. Como en un baile de máscaras se habla de “infiltrados”. Contra lo que pudiera pensarse, el ejercicio de la violencia no fortalece la dosis de politicidad de una manifestación sino, más bien, proporciona un elemento de tensión dramática a la narrativa mediática que justifica, inevitablemente, la “restitución del orden”.

Las manifestaciones estudiantiles no solo se apropian del espacio mediático sino que ocupan un espacio urbano lleno de historia, los monumentos y la arquitectura prescriben, todavía, los desplazamientos y el espacio de circulación. Sin embargo, el tiempo histórico también se hace presente como un “ahora” que se conecta con un “otrora”, otro ahora, un presente diferido que vuelve. Entre medio de los estudiantes que se desplazan aparece la imagen, un doble, del presidente Salvador Allende que alienta a los jóvenes y repite incansable su discurso. Esta “simulación” es significativa, pues instala en el imaginario actual una figura que más de tres décadas de silencio han querido desterrar. No se trata de una vindicación circunscrita a lo político e ideológico, más bien se enarbola su estatura moral frente a la miseria del presente. Las manifestaciones estudiantiles en nuestro país representan mucho más que una demanda sectorial, pareciera más bien que se trata, casi literalmente, de un lento despertar después de una larga noche de pesadillas y olvidos. Transcrevi trechos do ensaio de Cultura de la protesta: Protesta de la cultura


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